viernes, 24 de julio de 2009

Cuentos


--------Escribo muy pocos cuentos, estos son mis preferidos. Algunos, escritos en talleres, otros corregidos con Mabel Pagano y también esos que los buenos cuentistas me impulsaron a escribir. El creer que una puede y siempre es como algo que no termina de ser.

--------Dentro es un cuento que escribí en el taller literario del que participé durante cuatro años, coordinado por Raquel Giana. Fue maravilloso escribirlo. Recibió el Primer Premio de Cuento, en el Concurso Patagónico organizado por las Secretarías de Cultura de Villa La Angostura y Bariloche. Me emocionó que Irma Cuña presidiera el jurado.
Es un cuento que se escapó y esto es real, a toda Latinoamérica. Fue elegido por varios narradores para ser contado y conocido.




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DENTRO
Arrojo un espinel por mi garganta,
le dejaré esta noche por si acaso.
Mañana, la abundancia
o las ausencias...
Me bancaré el mutismo de por vida,
tan sólo por saber que llevo dentro.
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Siempre supe que, de no ser médico, uno podría encontrar cualquier misterio en el interior de las personas. Al menos eso dicen múltiples tratados de espiritualismo, filosofía y otras yerbas tan interesantes.
-----El hombre de la noche, me tomó de la mano y a cambio de una moneda, propuso (como a esas modernas máquinas de las farmacias) penetrar por mi boca y darme cuenta de mi ser más profundo. Como no acostumbro a dudar de la magia, tomé una lentejuela que guardaba para un traje de disfraces y negocié con él. Aceptó, porque el nácar, la m
adreperla y cualquier brillo, me dijo, lo inspiraban.
-----Solicité permiso para ir al baño antes de comenzar, me calcé las pantuflas, como bien me habían enseñado y regresé con el apremio de una niña juiciosa. Él estaba listo. Me recosté cómoda, abrí levemente la boca y desapareció. Sentí placer de permanecer con los ojos cerrados. Silencio. De tanto en tanto, algún burbujeo entremezclado con la brisa nocturna y el roce del piyama contra las sábanas.
-----No habrían transcurrido más de diez minutos, cuando emergió, sin yo notarlo y se mostró notablemente molesto.
------Abra los ojos- me imprecó -¿Oh cree usted que yo estoy para perder el tiempo?
-----No sabía si permanecer callada, aunque consideré inútil hacerle algún cuestionamiento.
------Nunca me pasó algo igual- continuó -Usted está íntegramente llena de signos de interrogación, algunos de admiración detrás de los ojos, varios cántaros de lágrimas en la garganta y en las manos, unos impulsos incontenibles de acariciar. Me insurreciona usted, señora, porque también la inunda, la culpa de lo que ha hecho y de lo que no; y si al menos, hubiese encontrado una certeza donde la mayoría...
-----Fue cuando no pude soportar y le pregunté:
------Disculpe, señor de la noche, le agradezco su serio diagnóstico, pero ¿dónde es que encuentra la certeza de la mayoría?
------¿Ve, señora, por qué me saca de quicio? No sólo carece usted de ella, sino que además, desconoce el lugar dónde los otros la llevan.
-----Su pequeño cuerpo saltó de la cama y se dispuso a partir. El amanecer se presentaba como un poniente equivocado. Se volvió, me miró a los ojos y a manera de despedida me dijo:
------No merece que se lo diga.



-----Obediencia Debida es el cuento seleccionado en mi pueblo en el concurso de la Fundación Cooperar. Es de eso que aparece como ajeno pero propio.

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OBEDIENCIA DEBIDA
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-----Al fin me dieron una tregua, no por consideración haci
a mí, sino para discutir entre ellos sobre alguna manera más efectiva de abordarme. Esto ofreció un espacio a mis pensamientos, alas a mis recuerdos que escaparon
a la propia vida ante mis sentidos. Entonces mi madre salió de mi cabeza y me sentí joven otra vez. Evoqué su actitud tranquila, desierta, un poco cínica.
-----Ella me lo anunció hasta el cansancio: “Tomándote todo tan a pecho, vas a sufrir
mucho en la vida”. Siempre supe que tenía razón, pero nada podía hacer al respecto, porque no dependía de mi voluntad sino de un mandato anterior. A mi padre
no le importaba. Pasaba de no estar, a tomarme de muro de lamentos; es decir, me exigía hasta el punto de mi impotencia sólo por habilitarse al castigo, por el placer de humillarme. Descubría una falla en mis actos y, sin hacérmelo saber con claridad, desaparecía po
r horas esperando que lo corrigiera. La mayor parte de las veces, yo intentaba encontrar una solución, inclusive me entusiasmaba creyéndolo, pero eso no sucedía ( o era algo casi utópico). Cuando yo tenía seis años, un día llegué a casa con un error en el cuaderno: había escrito “Qreo”. Él se fue a dormir una siesta dejándome la consigna de reparar el error. Pensé durante horas, y mi alegría fue inmensa al descubrir que era “Qureo”. El castigo fue inolvidable. Pretendía encontrar en mis sentimientos, el reflejo de su crueldad y crecí en la incertidumbre del cómo alcanzar la meta. Mi madre deambulaba por las habitaciones, como espiándonos , sin tomar partido. Yo veía pena en sus ojos, ahora entiendo que era el reflejo de mi propia tristeza. Los largos períodos en que nos quedábamos solos, ella se le parecía bastante; no sé si por placer, por falta de criterio propio o para evitar que yo aprendiese otra forma de vida.
-----Pasaron los años y el acoso me manipuló hacia el deber-ser; busqué cumplir a toda costa. No estoy convencido de nada, pero creo que para evitar la vigencia permanente de aquella voz, la pasión por el servicio fue creciendo. Nada escapaba a mi autodisciplina y a dar respuesta a lo que consideraba el bienestar de la comunidad. Conviví con la sensación de ser insuficiente para los demás. Casi no aceptaba licencias o francos, porque la culpa me perseguía sintiendo que en los descansos, algo quedaría sin hacer. No sé bien lo que sucedió ayer ... pero sí, que para mí, el silencio es el rumor del entorno que obliga al hombre a descubrirse, a sentirse sin piel; es la denuncia de lo que no se habla. Lo que puedas permanecer en silencio junto a otro, será la magnitud y el peso de tu amor, del amor mutuo. Las palabras, en cambio, son criaturas de cuidado, órdenes, flechas apuntadas a un fin. Casi no dudo de que la causa fueron las últimas palabras de aquel hombre, el final de su última frase. Habló en general, a todos, pero yo entendí algo distinto. O tal vez, pudo haber sido el tiempo y su dimensión parcial, su interpretación probadamente única. Todos permanecimos en silencio, incluso el orador. Fue un instante detenido entre cruces del pasado, un transcurrir místico, divino.
-----Por eso, cuando hace unos momentos, trataron de descifrar mis enigmas, mis móviles, como los llamaron en un lenguaje burdo; ni siquiera imaginaron que fuera imposible para un hombre común. Ellos, tan concretos, tan predecibles, no lograron concebir en sus oblicuas mentes, que yo desconozca el origen del mandato. Me reí tanto de algunas deducciones, que se exasperaron y uno de ellos rescató al otro de su compulsión por golpearme.
-----Los golpes en mi cabeza y sus gritos, me devolvieron a los momentos que más les fascinaría develar. Pero temo por mi salud si se enteraran de que ayer por la mañana, mientras esperaba en el consultorio del dentista -al que me obligaron a concurrir después de meses de dolor-, leí el aviso de la conferencia; así, por casualidad. Me enfrentaba a toda una tarde de inacción. La propuesta iluminó mi espíritu, porque muchas veces sentí que, los organizadores de estos eventos, debían conocer el alma de la gente y porque, quizá, sólo quizá, encontraría una forma de no pensar. Algunos temas prometían solucionar los conflictos más incisivos: la angustia, el desamor, el miedo.
Hoy: “El deseo de matar lo más amado”.
-----Habitualmente no podía asistir a este tipo de reuniones, por mi trabajo, por el poder que ejerce la rutina sobre mí; pero era en un horario conveniente, quedaba cerca y con entrada libre. Me decidí y regresé a casa para cambiarme de ropa; lo hice con especial interés, como para una fiesta: afeitada cuidadosa, mirándome al espejo con alegría (me veía bien, animado). Me esmeré en la cara, el peinado, la camisa, el saco: todo lo que estaría más expuesto. En una conferencia, nada importaban los zapatos; de todos modos, también me ocupé de ellos, ya que debían llevarme hasta el lugar.
-----La sala era agradable, alfombrada de azul, con butacas cómodas: aislada y fresca, contenedora y amenazante; encendida en pleno día como un cine. La gente iba acomodándose a mi alrededor porque fui el primero en llegar. Algunos se mostraban distendidos, se notaba que otros habían ido para llenar momentos huecos.
La disertación fue excelente, emotiva. Esa es la causa principal de mi desconcierto: a pesar de que en los sitios ajenos pasaba desapercibido, pocas veces me sentí más a gusto, comprendido, adecuado y debo confesar que, como es clásico en mí, quise obedecer, evitar inminentes reproches.
-----El orador era un anciano de cuento de hadas, con anteojitos redondos y el cabello blanco; elegante, en un traje oscuro y la camisa con moño bordó de pintas blancas, que habría cautivado a mi madre. Pronunció frases que aliviaron mi culpa y me hicieron sentir humano, apto; sus palabras diferían tanto de las de mis padres: bestia, inútil, guacho, imbécil... Hubiese hecho cualquier cosa para retribuirle, aunque deseé que su reclamo fuera algo más cotidiano, más simple; sin embargo, no tuve impedimentos, siempre cumplo las órdenes y anhelos de la buena gente. Ni siquiera hizo falta preguntarle: Estaba finalizando la exposición, lo leí en su mirada.
-----Dijo:
- ...Ha sido duro pero necesario. Los más heridos por la vida tienen derecho a matarme.
Y me miró en especial. Dijo:
- ...matarme.
Y me miró profundamente.
------Entonces comprendí que estaba cansado, que había vivido demás. Tomé mi arma reglamentaria y desde los escasos tres metros, le disparé en medio de la frente. Cayó suave, silencioso, entre el eco de la detonación que ocupó el espacio durante varios segundos. Aún en ese momento de tensión, pude ver que todos los presentes se sintieron protagonistas de algo verdaderamente inédito; estaban convencidos de no haberse equivocado al elegir el sitio.
-----Cualquier espíritu sensible sabría que actué bien, pero aquí estoy rodeado de seres endurecidos. Lo único que les importa es la fama, el prestigio; no valoran un buen servicio. No puedo confiarles mi verdad y estoy harto de repetir la misma declaración y de escuchar los mismos lamentos, como el del hombre que me golpeó:
- ¡Hijo de puta!. Justo en este momento de crisis se te ocurre rayarte, ahora nos cagaste a todos, metiste a toda la Fuerza en la misma bolsa. Loco de mierda, yo algo sospechaba, tendría que haberte liquidado antes...
-----Entanto, yo retenía mi cabeza entre las manos, con los codos apoyados sobre las rodillas, como abatido, pero inventando una excusa para acallar a mis compañeros. Sentí que mis manos se adormecían y las abandoné sobre las piernas dejando mi cabeza a su propio sostén. Las miré con un candor infinito y un destello repentino sobre las uñas de mi mano derecha, me recordó el indiscutible olor de la pólvora.


-----El muerto real, es el preferido de mi querida Cora Gabrás. La negra... dice con esa ternura y la pasión que son ella misma. En su honor está aquí

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EL MUERTO REAL

-----¿Sabés quién es aquél, Ñato? Es el último macho de la Negra. Éste también afanó por ella.
-----Miré al Pelado; en sus ojos estaba la maldad de un marica gozando con el dolor de otros por una mujer. Quise no darle bola pero, de verdad, no pude. Sentí un odio profundo por el tipo, que para colmo de males, era más joven y más alto que yo. Dejé al Pelado solo, pero satisfecho porque había intuido mi pena y me le acerqué al protagonista. Hablaba con tres reclusos viejos; les estaría pidiendo datos. Me uní al grupo sin abrir la boca. Uno de los viejos me presentó. Este es el Ñato, un gran valor ¿sabés? pegate a él cuando aparezca algún lobo. Mucho gusto. No supe si me lo decía canchereando. Acá nada tiene gusto, todo es desabrido y maloliente. Eh, che ¿muy optimista no sos, eh? Estaba a punto de preguntarle sobre la Negra, me salía de la vaina, pero por dentro me sujetó una brida que pareció de hierro. Por algo sería; el tiempo sobraba y lo dejé para después.
-----En la jaula, dejar asuntos pendientes es cosa de vida o muerte. Es una necesidad como el aire, tener algo para más tarde. El tedio asesina almas y una imagen mental del futuro te deja vivir. Es lo contrario a un libro que leí hace poco, de un tano de otra época; me olvidé de su nombre pero del cuento sí que no me olvido, “El espejo que huye”, porque tiene que ver con el deseo permanente de todo preso: huir. El tano decía que la gente vive soñando con quién sabe qué cosas que no llegan nunca, porque el día que llegan ya no te gustan y entonces esperás el día siguiente para recibir otro tesorito que es barro al tocarlo. Le propone al que lee, o sea a mí, que imagine si quedara congelado en ese momento y con el pensamiento vivo. Sólo el cuerpo duro, pero el cerebro andando para cavilar. Es bárbaro cuando uno lo lee, pero se ve con claridad que ese tipo nunca estuvo preso, porque si no sabría que acá estamos, asimismo como él dice que sería el castigo de la humanidad. Somos muertos en vida. Entonces, si no dejamos algo en suspenso, sólo vivimos muertos. Ahora yo lo critico, pero lo que dice al final es admirable, nunca había leído algo así. Por las noches, aquí, cuando uno se queda solo en la celda, todavía nos dejan fumar, hasta más o menos las doce. Todos fumamos, ¿si no qué? El humo se queda enganchado de los barrotes y se hace denso más allá, en el abismo del pasillo. Los guardias se vuelven sombras y aparecen los fantasmas. El de la Negra acude puntualmente cada madrugada, cuando el faso rinde sus frutos y paga mansamente los pocos mangos que me costó. A veces me molesta el jadeo del Jeringa de al lado, no se controla y anega el piso con su disfrute; más bien con su angustia mal estudiada y desmentida por los leves quejidos de un gato casi salvaje. Este tano dice que a él le gusta el humo de los trenes porque oculta lo fulero, porque disimula lo que no se puede tapar. Yo, en cambio, lo espero porque me trae a la mujer que nunca podría olvidar.
Los últimos días fueron tranquilos. No hubo peleas jodidas ni reclusiones en los solitarios y, sobre todo, no entró ningún tarado nuevo a invadir esta paz simulada en grises y basura. A la semana de haberlo conocido, me encargué de averiguar que se llamaba Juan, pero le decían El Zinguero, porque se ocupaba de las “canaletas”. Me dio tanta bronca, que a pesar de haberme preparado durante días para hablarle, lo miré de lejos, como un boludo recién llegado. No era envidia de su arrastre o de su juventud; yo a la Negra la amaba y él la había tocado por última vez.
-----El martes, durante la comida, me cambié de lugar; tenía ganas de hablarle allí mismo, porque la tranquilidad del comedor y el rumor de las masticadas, los platos y la charla, distraerían a los demás. El que debía estar en mi lugar me miró fijo y entendió que tenía que sentarse en otro lado. El Zinguero me estudió, porque desde las presentaciones no me había visto de cerca. Así que vos fuiste el último novio de la Negra, fui directo al grano. Como respuesta se rió y me aluné como después de una mala siesta. ¿Tengo monos en la cara?, no es ninguna boludez lo que te pregunté. Lo que pasa es que la Negra no tiene novios, tiene siervos. Fue la primera vez en que no sentí desprecio por la comida que era repugnante, porque sencillamente no percibía sabor alguno, estaba como inmune. Él ni siquiera la quería y esto, que debía tranquilizarme, me dio más bronca. Yo estuve casado con la Negra. Se sorprendió, cosa que no era poca en ese ambiente de curtidos. ¿Casado? Sí ¿qué? ella también fue joven un día. Éramos del mismo barrio, nos conocíamos de pibes, quedó embarazada y nos juntamos; el chico merecía un nombre. Al final no fuimos a los papeles porque ni lo tuvo, lo perdió a los tres meses y ahí empezamos a afanar. Quedó mal ¿sabés? Antes no era así, estaba ilusionada con “mi bebé”, como le decía. Al mismo tiempo se murió la vieja y quedó sola; conmigo, pero sola. Nos fue bastante bien al principio, tocábamos quioscos de barrio, algún quinielero chico, parejitas en la plaza. Un día...
 ¿Para qué me contás todo esto? Si no querés, no tenés obligación. Al que estaba sentado a su lado, se le quedó la comida entre los dientes, como si un súbito ataque de parálisis facial lo hubiera atacado; no sé si por el interés que tenía de seguir escuchando la historia o por la expectativa de conocer mi reacción. No entré en el juego; seguí mordisqueando esa mierda que llaman almuerzo y cuando nos autorizaron me fui a continuar con mi trabajo.
-----No volví a sentarme junto a él, ni siquiera le presté atención visiblemente, pero mi vida se organizó en torno a la suya. Comencé a estudiar sus costumbres, su modo de caminar, sus preferencias cuando pasaba el del carrito de la lectura. Traté de leer sus mismos libros, hasta me peiné a su estilo. No había espejo alguno, así que no pude deprimirme comparando sus escasos veinticinco años con mis cuarenta y pico.
-----No transcurrió demasiado tiempo; dos meses después de su llegada, un domingo, le avisaron que tenía visita. Yo debía ver eso. Me escabullí entre unas viejas bolsas de cemento, que se endurecieron en una tormenta padre y me senté a espiar. Recuerdo que a los guardias les dieron el castigo de su vida por la pérdida de ese material; ya hacía cinco años que estaba abandonado en un rincón del patio, como una estatua mal acabada. Empezaron a entrar las visitas. Mujeres sencillas, mal vestidas, gastadas. Yo sabía a qué se sometían para entrar; esos pervertidos del recibidor las tocaban de arriba a abajo, les decían cochinadas y las usaban de ratones para sus noches de soledad (como las nuestras). Después de todo, ellos estaban adentro tanto como nosotros y al salir, ¿quién podría darle bola a esos hijos de puta? Primero me pareció que sería su madre. Era una mujer grande, alta, delgada, con ropas de señora mayor, como correspondía a una madre. En seguida, supe sin dudarlo que era la Negra. ¿Cuánto podía quererlo para estar ahí? Hacía quince años que no la veía y ¿para qué? yo estaba mejor que ella. Lo abrazó con efusión, mientras yo me derretía detrás de la inimaginable dureza del cemento. Creo que tuve una erección; arruinada y todo me seguía excitando.
-----Fue inevitable que mi alma volviera atrás, abusando del recuerdo. Ella era mayor que yo, unos cuatro años. La conocí en tercer grado, venía de otro barrio. Había repetido tres veces y yo una. Vivía con el padre que se la había robado a la madre durante una separación. Un día la pesqué llorando en el patio del colegio. Sin hablar me mostró los moretones en la espalda. La acaricié, ¿fue tu papá, no? Asintió con la cabeza ¿Para qué te quedás? Sí, tenés razón, ya sé dónde vive mi vieja, pero en el fondo le tengo lástima; toma, está sin trabajo ¡qué sé yo! Pero igual no te quedés, mirá que un día se va a pasar y...
Desde aquella vez fuimos inseparables. Se fue a lo de la vieja, que estaba en una casa heredada de la abuela. No repitió más, pero no estudiaba nada; entre su inteligencia y copiarse, le sobraba. Yo dejé en quinto, ella terminó. Empecé a trabajar en lo de un gallego ferretero, que me tenía una paciencia de santo. Ella no necesitaba, la madre recibía una pensión de milico del abuelo, así que vivían sin problemas. Cuando cumplí diecinueve, nos juntamos. Yo la amaba, pero de veras. Creo que ella no. En cuanto iniciamos los afanos, empezó a comandar la batuta, y nos separamos y nos juntamos veinte veces. Ella andaba con otros, yo lo sabía: con pibes de las bandas que íbamos cambiando; para joder, nada serio, a veces para hacerme embroncar. Por eso nos distanciábamos durante largos meses que para mí eran siglos. Yo no podía vivir sin ella. Así estuvimos, durante ocho años. Por supuesto no pasábamos hambre ni miseria, aunque siempre a los saltos, escondidos. No nos daba para irnos a otro país y acá estábamos marcados. A la Negra se le ocurrió un robo que nos pareció genial. En la Cooperadora de una escuela de ricos, se iba a hacer un remate de tapados de piel, todos carísimos. Ella tenía un contacto con la directora, iba a ser un operativo por derecha; teníamos que compartir las ganancias pero valía la pena. No pensábamos estafar a nadie, si algo tenía la Negra era su lealtad comercial. Resultó un éxito: los tapados se habían vendido casi todos, pero la vieja se encamotó con uno de zorro plateado y se lo quiso quedar. La Negra no pudo convencerla y se lo llevó. A los pocos días aparecieron en el aguantadero como diez patrulleros; por suerte yo estaba solo. Habían denunciado a la directora por la desaparición del tapado y en un juego de palabras que es siniestro se destapó la malversación. La vieja cantó hasta el himno nacional y yo no me resigné. Agarré la cuarenta y cinco que tenía abajo del catre y bajé un policía. Desde ese momento no vi más la luz de la calle. Ahora miro a la Negra, desde lejos, besar a otro que no la ama. Nunca me vino a ver, nunca...
-----Cada dos meses, puntualmente caía a visitarlo y yo, fijo, detrás del cemento que era mi soporte. Él no tenía nada mejor que hacer, ella le traía regalitos y la aceptaba, pero a las claras se veía que amor, para nada. Lo que la Negra no sabía, además de que yo la espiaba, era que en los intervalos, al Zinguero lo visitaban otras mujeres, mucho más jóvenes que ella y que se mostraban igual de interesadas. En mi cabeza armaba cientos de planes para hablarle: aparecerme sorpresivamente por detrás del banco donde pasaban las dos escasas horas de visita; pedirle la dirección al Juan y mandarle una carta confesando que aún la amaba y el otro no, y que estaba en el mismo lugar que el otro y que yo le convenía más, o matarlo al Zinguero una noche y que ella se enterase de que había sido por amor... Sólo algunas, las demás las descarté por extremas o ridículas.
-----No aproveché las ocasiones, pero más que nada no tuve tiempo. Pasaron cuatro meses y mi desilusión fue atroz al comprobar que la Negra ya no lo visitaba. Él, como si nada ¿Qué le iba a importar si tenía más de diez mujeres que se iban renovando? Y ni siquiera sé cómo convencía a los guardias para que las dejaran entrar, aunque me lo imagino. Un día lo paré en el baño. ¡Che! ¿Qué le pasó a la Negra que no vino más?. ¡Ah! ¿Vos la habías visto? Yo me imaginé... Me olvidé de decirte, se murió el mes pasado. Le dio un ataque y no se recuperó. Lo siento, che ¿a vos te interesaba, no?

-----Hoy más que nunca le discuto a ese autor, pero ya con menos interés. Si él pudiese verme, y a lo mejor sí, sabría que existe de verdad lo que escribió. Ahora soy un muerto real. Yo me muevo, sí, porque no me permiten morirme de golpe, pero sé que estoy muerto. Y cada día confirmo, con creciente dolor, que es lo más parecido a estar vivo.



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